Hace unos meses os hicimos reflexionar sobre el castigo, y esta semana vamos a extender un poco más el tema de la disciplina punitiva.

Cada vez que oímos la palabra castigo nos vienen a la cabeza imágenes de azotes, orejas de burro sentados en la esquina de la clase y demás disparates que vivíamos tanto en el colegio como en casa hace unos cuantos años, ya que el castigo era una técnica educativa socialmente aceptada e incluso se consideraba eficaz.

¿Eficaz? mmmm, si es cierto que a corto plazo cubre nuestras expectativas y se da un cambio en la conducta de algunos niños, otros son más resistentes, sin embargo, lo que no se puede ver en el momento que se imparte un castigo, es el efecto a largo plazo. Vemos sólo que funciona, aquí y ahora, y eso nos vale. Pero, el castigo cuenta con unos efectos negativos a medio y a largo plazo que no podemos observar, como pueden ser el resentimiento, la venganza o la baja autoestima.

 

¡Cuidado! No recomendamos no utilizar esta técnica, sólo que se puede hacer de una manera adecuada, generando el menor número de “síntomas secundarios”. Es una herramienta que bien empleada tiene resultados positivos más allá de la eliminación de un comportamiento. Esto es, porque nos permite otorgar a los niños PODER, es decir, les dotamos de la capacidad de decisión, está en sus manos el toparse de frente con la consecuencia (eufemismo de castigo) o no, porque se las habremos explicado antes y sabrá que si se da la conducta se dará la reacción, sin embargo, si se porta bien y hace lo que toca, no hará falta poner en marcha el castigo. Además, logramos pequeños responsables y consecuentes, asumirán la culpa cuando les corresponde y no se responsabilizarán de aquello que no es suyo. Se trata de una técnica justa siempre y cuando, sepamos manejarla.

 

Resumiendo, ya en el anterior artículo sobre el castigo explicamos que sirven para eliminar conductas indeseadas y dimos una lista de consejos que creemos apropiados para aprender a usarlos. Pero no olvidemos, que las consecuencias que derivan de una disciplina punitiva constante son como hemos comentado negativas a nivel sobre todo, emocional. Podemos castigar siempre entendiéndolo como una consecuencia explicada a una conducta inadecuada, podemos mantenernos firmes, podemos marcar los límites, pero todo ello con cariño y apoyado sobre el amor, por tanto, podemos emplear otro tipo de disciplina, la disciplina positiva.

 

¿Qué es la disciplina positiva? Es educar con firmeza y cariño a la vez, es respetar al niño y al adulto, es mantener un equilibrio, es criar personas responsables, capaces y cooperadoras. Es una manera de educar y de pensar que nos facilita a los adultos la comprensión de las conductas de los niños mientras les ofrecemos unas actitudes positivas que les ayudarán a comprender, razonar y respetar. Les ofrecemos y enseñamos unas conductas alternativas a las que queremos eliminar.

Está diseñada para enseñar a los niños autocontrol y autodisciplina; se les ayuda a ver que participan; se les motiva para que entiendan las normas que tienen que seguir, no sólo obedecerlas sin saber porqué; y que tengan sus consecuencias negativas, por supuesto, pero sin ser punitivas, humillantes o agresivas. Aprendemos a escucharlos antes de emitir un juicio, a comprenderles y a enseñarles a aprender de una manera positiva de sus errores.

 

De hecho, el objetivo de esta disciplina positiva es criar niños con una educación emocional adecuada, independientes y capaces, con autoconfianza y buena autoestima, con empatía y responsabilidad; niños libres y felices.

 

Que bien suena eso, pero ¿Cómo puedo ponerlo en práctica? Existen diversidad de técnicas y consejos (que no dudéis en poneros en contacto con el Centro de Psicología en Bilbao Ongizate si queréis conocer más), de momento os dejamos unos cuantos a continuación para que podáis practicarlos y usarlos con vuestros peques.

 

  • Lo fundamental es ser ejemplo, sed modelos para ellos. No modelos perfectos e inalcanzables, modelos reales pero que actúan de una manera adecuada para que os tengan en cuenta y aprendan de una buena fuente. Somos imperfectos y no nos sentimos mal por ello.
  • Dadles pequeñas tareas y rutinas, recoger su plato, lavar la lechuga si hacéis una ensalada o recoger los juguetes al terminar de jugar. Estas pequeñas responsabilidades, les ayudan a verse parte activa de la familia y refuerzan su autoconfianza, ya que se ven capaces de hacer cosas como nosotros. Con cuidado, no pongamos cosas difíciles de hacer, porque se frustrarán al no conseguirlas.
  • Refuerza y anima lo que haga bien, premiadle con vuestra atención, que es lo que más buscan en todo momento, si su comportamiento es adecuado. Recordad que los niños quieren nuestra atención independientemente de cómo la consigan, ya sea portándose bien o mal, a veces merece la pena una mala conducta si a través de ella mamá me hace caso.
  • Darles opciones para que formen parte, esas opciones son las que queréis vosotros, pero le damos una falsa opción de elección. ¿Quieres merendar ahora o al llegar a casa? ¿Quieres ir al parque del barrio o al de la plaza? No les obligamos, no les creamos frustración ni resentimiento. Eligen ellos y se perciben capaces y responsables.
  • Queredles, mucho, y demostrárselo cuando necesiten. Escuchadles, reservad un ratito antes de dormir para que os cuenten su día, sus problemas y sentimientos. Todos necesitamos sentirnos importantes de vez en cuando, ellos también.

 

Nelsen, Jane. “La disciplina positiva. Consejos que invitan a la cooperación entre padres e hijos basados en la dignidad y el respeto”. Ontro, 2002.

 

Elixabete Blanco

Psicóloga en Bilbao

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